Vértigo
Sofía Dourrón
Al relatar su viaje a Estambul algunos años después de su exilio, Joseph Brodsky
sugiere al lector adoptar una actitud escéptica. No por haber incurrido en algún tipo de
falacia o argucia malintencionada, en cual caso el engaño no sería revelado; sino porque
admite que cada observación se resiente de los rasgos personales del observador. El
hábito no repara en sutilezas, menos aún cuando las sutilezas se desparraman en
grandes lienzos color pastel. En ocasiones como esta la incredulidad se convierte en
aliada.
Cuando los colores saturados desaparecen, los rojos brillantes ya no contrastan con
azules y amarillos, algo se silencia, el sistema se transforma. Verónica Di Toro tenía un
sistema de códigos que usaba para agrupar módulos ortogonales de manera precisa y
ordenada. Dentro de ese sistema existían familias de módulos de todos los tamaños,
pequeños modulitos que se combinaban unos con otros formando un patrón, y enormes
módulos que ocupaban por completo los espacios que habitaban. El alfabeto ahora es
otro.
Lo módulos siguen siendo módulos, siempre lo serán, de eso no cabe duda, sin
embargo su rectitud parece haberse distendido: los módulos se han relajado. Las
perpendiculares se recuestan unas sobre otras, como libros en una biblioteca
desordenada. Las formas que los componen padecen cierta anomalía difícil de precisar,
por momentos las proporciones se descompensan, se deforman, por momentos parecen
personajes de Xul Solar que se olvidaron que su lenguaje es el neocriollo y no la
abstracción geométrica. Las figuras siempre tan rigurosas presumen una falsa suavidad,
encastran unas con otras, apacibles y envolventes, casi algodonadas. Estas formas no
son un acercamiento de algo que los excede sino una unidad casi completa, se contienen
a sí mismas.
El efecto nunca es el esperado, aquel infaltable efecto óptico que históricamente
acarrean las obras que indagan en la geometría como lenguaje primordial y en el color
como medio de transporte, parece ahora un accidente imperceptible: una ilusión mínima
de movimiento en el mundo exterior que gira alrededor del individuo. Un hálito de vértigo,
un comienzo de lipotimia.
Hete aquí la exigencia de un espectador escéptico y perspicaz, que no se ahogue en
un vaso de pigmentos apastelados, capaz de apreciar un código de colores ajustadísimo
y la vibración atenuada de sombras que apenas se anuncian. Hay que ser un poco
desconfiado para apreciar una geometría que ha abandonado la solemnidad.