Texto curatorial de Los Monumentos en El Local 2024

I.

Mi teléfono inteligente actualizó su software. Ahora incluye una novedosa función: alarma visual. Llegada la hora, te invita a retirarte de si, a dejar el aparato. No lo logra mediante sonidos estridentes o un corte abrupto de la conexión. Por el contrario, te deja hacer y sin interrumpir el flujo informativo, simplemente elimina el color de la pantalla para “avisarte” que ya es hora de descansar.

Al principio la estrategia me pareció sutil; pero luego me di cuenta de que aún dispuesta a ignorar la “alarma”, algo me impedía continuar leyendo. Tras encontrar la opción de “posponer, por favor, un momento, durante otros treinta minutos (por lo menos)” volví a la programación habitual. Cumplido el tiempo, algo se volvía extraño sin entender bien qué. El texto permanecía intacto pero la alteración cromática impedía la continuidad de la lectura. De repente leer requería de un enorme esfuerzo, era navegar en un mar de signos desprovistos de toda distinción, donde todo era “fondo”. La ausencia de color alteraba la totalidad de la interfaz. Y, habiendo perdido la capacidad de orientarme en ese espacio, lo abandonaba.

No había prestado atención al papel que cumple el color en esa sujeción. Me pregunto si el hábito de dirigir nuestra atención visual a ese pequeño rectángulo pantalla, modifica nuestro modo de percibir el mundo en general y de qué modo. 

II.

Le creo a Verónica Di Toro cuando dice que no se guía por teorías para combinar los colores de sus pinturas sino por su ojo entrenado, una especie de intuición. Para Los monumentos, la exposición que presenta en esta ocasión, seleccionó una paleta más acotada, que contrasta con sus anteriores series de pinturas.

A lo largo de los años Di Toro ha perfeccionado su técnica pictórica como en la música hay quienes se destacan no solo por su amplio registro vocal sino por la precisión con la que manejan los silencios entre sonidos. Lo que siempre me resulta interesante de sus pinturas es esa precisión de cirujana para el corte, con el que hace visible la fuerza de un color contra otro.

En esta la paleta es sobria, sosegada y por momentos disonante. Cada pintura contiene solo seis colores. Me pregunto qué es lo que quiere volver “audible” esa reducción de elementos. Di Toro extrae esta frase de sus lecturas recientes: “Sintetizar no es necesariamente simplificar en el sentido de suprimir ciertas partes del objeto: es simplificar en el sentido de volver inteligible. Es, en suma, jerarquizar: someter cada cuadro a un único ritmo, a una dominante, sacrificar, subordinar, generalizar.”

En nuestro encuentro hablamos sobre cuestiones de escala, sobre los problemas que pueden aparecer en el pasaje del pequeño formato a la obra en grandes dimensiones. Conversamos sobre la cuestión de si trabajar sobre papel y en pequeño condena a la pintura al estatus de obra menor. O si, más que un estadío de la obra en proceso, no podrían ser las pequeñas, pinturas por derecho propio. El problema era, entonces, dar con la combinación de colores que hiciera funcionar un determinado esquema de formas en soportes de cualquier tamaño.

En la serie Monumento pinta sobre lienzos de formato rectangular que son la suma de dos cuadrados, a los que subdivide en unos pocos planos de color homogéneo. Los tamaños de las pinturas van de la escala “objeto que cabe en la palma de la mano” a tamaño “ser humano de gran porte”. Colocadas en forma contigua, funcionan como conjunto que invita a la mirada a discurrir por las distintas regiones cromáticas, pasando entre un módulo y otro, atendiendo al diálogo vibratorio entre parejas de colores y bandas horizontales.

III.

El diccionario de la RAE define la palabra monumento como una obra pública y patente, en homenaje a alguien o algo. Instalar una serie de pinturas geométricas en un antiguo local de barrio parece una empresa algo más modesta. Pero me quedo con la idea de lo público y patente.

Se ha dicho que el color es un medio inestable y relativo, ya que interactúa con todo lo que lo rodea; la ubicación y la cantidad son dimensiones que lo afectan. La cualidad de un color varía dependiendo de la magnitud de su extensión, y por la forma en que se le da un borde, un límite.

Al contrario del sentido de la vista que opera a la distancia, el tacto precisa de la proximidad para percibir lo que lo rodea. En la piel, ese órgano extenso que es límite y entrada, funciona una comunicación de doble vía. Cuando dos cuerpos entran en contacto sus temperaturas se equilibran. El calor viaja hasta templar el lado más frío. Todo aquello con lo que hacemos contacto nos modifica. Por eso a veces buscamos obturar esos pasajes, cerrar el paso, dejar de sentir.

Así como la información que proviene de cada uno de los sentidos no podría obtenerse con cualquiera de los otros, esta serie de pinturas hace patente el espesor que el color le aporta a nuestra experiencia en el mundo. La forma en que habilita sentidos posibles y el modo en que conduce nuestra atención al funcionamiento del color hacen de esta exposición una oportunidad para contrarrestar las fuerzas que nos conducen a una vida plana. Sin encuentros ni contacto.